Es una lástima ver cómo se muere un blog ¡más cuando este versa sobre la muerte! Así que les voy a obsequiar con una mini entrada antes de que la pereza me invada. 😉
Esta señora que hoy nos ocupa es casi la principal causante de que quisiera visitar las cincuenta y siete hectáreas sobre las que se extiende la Necrópolis de Cristóbal Colón -considerada el Staglieno americano- en pleno mes de agosto de hace unos años. A poco me quedo allí dentro no solo por la espectacularidad del lugar, sino a cuenta de una deshidratación.
Amelia Goyri de la Hoz nació en 1879 en el seno de una familia pudiente habanera. En su corta existencia la muchacha fue de desgracia en desgracia. Siendo ella adolescente murió su madre. El padre, volcado en los negocios familiares, cedió la tutela de su hija a su hermana Inés, casada con el español Pedro José Navarro de Balboa, primer Marqués de Balboa.
Los marqueses la criaron con la intención de otorgarle una inmejorable posición social pero Cupido, que no entiende de castas, hizo que Amelia se colase por su primo José Vicente Adot y Rabell. Y José Vicente era, por decirlo de una manera coloquial, un don nadie aristocráticamente hablando. Ni su padre ni sus tíos aprobaron el noviazgo.
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Detalle del retrato de Amelia tocada con el recogido típico de la época y ataviada con una especie de peplo moderno. |
En 1898 estalló la Guerra Hispano Cubana y José Vicente se enroló dentro de los
mambises del ejército cubano. De regreso a La Habana una vez finalizado el conflicto en 1900 José Vicente vino convertido en Capitán del Ejército Libertador. Este hecho, quieran que no, le hizo gracia a la familia de Amelia -concretamente a su tía Inés, que era por entonces la única que vivía- que dio su permiso para la celebración de los esponsales.
Al año Amelia ya estaba embarazada del primer hijo de ambos, pero la suerte les volvió a esquivar cuando durante el parto la mujer sufrió un ataque de eclampsia que se llevó a las dos por delante: niña y esposa. Cuentan los dimes y diretes habaneros que el pobre marido se trastornó con el suceso.
La historia de Amelia y José Vicente se habría quedado en el olvido de no ser por las continuas visitas del hombre enlutado al cementerio en las que practicaba un particular ritual: decoraba la tumba con flores frescas, se sentaba en la lápida y hacía sonar tres veces la aldaba de la izquierda (la más cercana al corazón) mientras susurraba despierta, mi Amelia.
La actitud del viudo despertó la curiosidad de los lugareños que empezaron a visitar el lugar de reposo eterno de la joven. Este peregrinaje no le hizo ni pizca de gracia a José Vicente que protestó ante las autoridades del recinto. Nada pudieron hacer los responsables del cementerio ya que por tratarse de un espacio público no podían impedir el paso a nadie. Harto de ver flores ajenas en la lápida, José Vicente hizo poner una placa en la que instaba al respeto hacia su difunta esposa. Pero, nada, ni con esas.
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La bebita muerta en brazos de su madre. Flores ¡que no falten! |
Por si fuera poca la fama que adquirió el túmulo de Amelia Goyri, el mito se acrecentó cuando tuvieron que exhumar el cadáver. A principios de siglo XX existía la costumbre de enterrar a bebés y madres muertos durante el parto situando al pequeño entre las piernas de ésta y así se procedió en el sepelio de la joven. Las obras de acondicionamiento de la sepultura otorgaron una sorpresa más a los no pocos admiradores: el bebé se encontró entre los brazos del incorrupto cuerpo de la finada. Ô_Ô Leyenda o no esto es lo que se cuenta en los mentideros del mundo funerario (y que la abajo firmante no ha encontrado manera de contrastar).
Al poco ya se le empezaron a atribuir milagros y fenómenos singulares. Cuando visité Cuba uno de los operarios que andaba por allí me comentó que la mayoría de las personas que visitan a La Milagrosa, que así se la conoce en la actualidad, acuden con peticiones relacionadas con la maternidad. Lo cierto es que si se fijan en la lápida
los exvotos que la esconden son de muy diversa índole.
Por último una pequeña reseña artística. La figura fue un encargo del propio José Vicente al escultor cubano
José Vilalta Saavedra que talló a La Milagrosa en mármol de Carrara utilizando para su retrato las fotografías que se tenían de Amelia. La obra fue finalizada en 1902, un año después del fallecimiento de la chica.
No es la única pieza de Vilalta que hay en el camposanto de Colón ya que suyas son las impresionantes
alegorías de la Fe, la Esperanza y la Caridad que decoran el pórtico central de los propileos de entrada al recinto y los relieves que los adornan.
Como ven en Cuba hay mucho más que hacer que mecerse en el Caribe, bailar son, fumar puros y beber mojitos.
Bibliografía y documentación_
- Alcrook, «Amelia Goire de la Hoz, Miracle Worker?» (link), Cuban Transitions blog (link).
- Artigas, Teresa y Solavagione, Lucía, Guía de tumbas y cementerios de casi todo el mundo, Alba Editorial, 2007, Barcelona (link).
- De Soto, Luis, Sculptures in Cuba (fragment, link), Galería Cubarte (link).
- Geneall.net (link).
- Leoasi, «La leyenda de La Milagrosa» (link), Ideas Ocultas blog (link).
- VV.AA. «La Milagrosa», EcuRed (link).
- Wikipedia (link).
Tremenda historia.
Interesante entrada.
Hola, Enrique, ¿qué tal? (Veo que has retomado tu blog, ¿eh?)
Supongo que hay cientos de historias como esta, de amor y desamor, lo que pasa es que no llegan a nuestros oídos. Sin ir más lejos en la misma Cuba hay otra historia similar muy interesante a nivel artístico. 🙂
También en España tenemos la nuestra propia, pero esta vez no es en forma de escultura, sino de esquela. Fíjate todos los 21 de marzo en los obituarios de El País. Un tal J.L. Casaus siempre publica una para su amada Elenita. Los explica muy requtetebien Marta Sanmamed en su libro Aquí Yace… O No.
Gracias por pasarte por aquí y por tu comentario.
C.
Es curioso cómo siempre nos enternecen estas historias de viud@s desconsolad@s y milagros camposanteros, pero qué sería la vida sin leyendas, ¿verdad?. Sobretodo cuando las leyendas te recuerdan que hay sentimientos tan fuertes como el amor que son capaces de hacernos pasar a la posteridad 🙂
Una entrada muy interesante y, como siempre, muy bien ilustrada.
Un gustazo verla de nuevo por aquí, a ver si su entusiasmo se me contagia.
No he estado en Cuba, pero estoy seguro de que tienes toda la razón en lo que dices en el último párrafo. Es aquella una isla llena de historia y monumentalidad, Un poquito de ellas lo hemos conocido hoy aquí, Un blog vivo, que no merece morir.
Un abrazo.
Supongo que este tipo de historias te reconcilian un poco con la raza humana, Lilith. Hoy no he traído muchas fotos (¡me faltan los pies por ejemplo!) porque esto fue antes de que tuviera una cámara digital y había que economizar. Por cierto, sí, animaos y regalarnos una entrada buena de esas que soléis hacer, anda. 🙂
Cuba es una maravilla, toda la isla, DLT. Si vas allí y solo te quedas en La Habana (o Varadero), entones no sabrás qué es aquel país. Su historia empieza mucho antes que la colonización y muy poca gente lo sabe. Yo lo desconocía hasta que estuve allí y me crucé con un historiador de la isla. Tuvimos el honor de compartir una cena con él y fue una epifanía.
Gracias por vuestros comentarios, chicos. Un abrazo fuerte.